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El castillo de
Edimburgo
Edinburgh, Sept. 2005
Si
desde lejos me parece un elefante.
Si desde cerca me pone nervioso al verlo tan elegante.
Si desde mis sentimientos culturales me atrevo
a culparlo de su inmensa belleza.
Si
desde mi corazón extranjero admiro su diseño.
No se me obligue a detenerme,
para disfrutar,
en su cantarino patio,
manifestaciones de guerra.
Si
desde mi posición política le tengo antipatía,
representa el poder,
por una o tal vez mil razones
lo amo.
Y es que,
el Castillo de Edimburgo
no es solo un altanero centinela preocupado en amaneceres turísticos
sino que
con ahínco
un moralista recatado
nacido para beber agua fresca en una bellísima ciudad.
Fue
construido a través de los siglos, y con mucho brío,
para enorgullecer una nación,
alegrar corazones,
no quejarse ni morirse arrodillado, en sus rocas grises y deformes.
Yo soy testigo de su disimulada historia.
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